TRAFFIC - Traffic (1968)
Traffic, el segundo album de la banda británica del mismo nombre, Traffic, que salió a la luz en 1968,
tras la colorista resaca psicodélica de mediados de los 60, es uno de
esos discos que definen a la perfección la evolución de parte del pop y
rock británico de aquella época, en la que el blues, el folk, el pop,
el soul e incluso el jazz se mezclaron en intrincadas melodías de
novedoso sabor añejo. Y en Traffic hay todo eso.
Pero no es un disco fácil, sino un disco que va creciendo con cada
escucha, con cada matiz o arreglo que descubres dentro de esas melodías
de difíciles giros, que muestran poco a poco su belleza. Es un disco de
aroma campestre, con momentos ásperos y desgarrados, pero también
tiernos, intensos, emotivos e incluso frívolos y souleros.
Y precisamente en esos momentos tiernos pero intensos y desgarrados, es quizás donde el disco me atrapa de una forma definitiva. Temas como Don’t Be Sad son pura belleza. Un tema a medio tiempo, que se abre con un acorde precioso de guitarra, casi folk, matizado por una arrastrada armónica que le da el toque blues y que en su momento álgido explota en un torbellino de pasión soul, donde el hammond de Steve Windwood parece volverse loco y arrogante. Cryin’ to be heard es otra maravilla desgarrada a medio tiempo, con un cierto sabor psicodélico gracias a un hammond abrasador y un precioso clavicordio que suaviza y atempera la melodía. Un tema que finaliza desmadrado, casi desesperado en un arrebato de energía sonora.
Pero quizás el momento más tierno y emotivo del disco corre a cargo de la preciosa No Time to Live de Windwood/Capaldi. Un tema que se desarrolla a través de los bellos acordes de un piano, acompañados de una bucólica flauta, a la que la profunda voz de Winwood y un tórrido hammond van incrementando la tensión emotiva de la canción. Una pura maravilla.
Pero, el disco también tiene otros momentos memorables, de intensidad cercana al soul, con remates jazzys, como la intensa Feelin’ Allright, que arranca poco a poco y que va cogiendo intensidad con un bajo pletórico, un piano muy soul, y un tórrido saxo que se desmadran apoteósicamente al final del tema, con unos excitantes coros soul. O temas más contenidos y de ritmo entrecortado y estructura jazzy como el sinuoso Who Knows What Tomorrow May Bring, donde Windwood demuestra lo que es capaz de hacer con su hammond, y la pasión e intensidad que puede inculcarnos con él.
Y para poner punto final al repaso de este gran disco de los 60, he querido dejar quizás la pieza más memorable del mismo, Forty Thousand Headmen. Un tema donde se pone claramente de manifiesto todo de lo que hemos hablado. Un tema donde la fusión del blues, con el folk y con el jazz se hace patente de una forma espectacular. Un tema, contenido, misterioso, dominado por una bucólica flauta que define una bella y nostálgica melodía acompañada de oscuros efectos y de una interpretación rotunda por parte de Winwood. Por otro lado, no podemos finalizar sin destacar la soberbia y pulida producción del mago de este sonido, el gran Jimmy Miller. Como coletilla final, confesaros que siempre tuve ciertos reparos con Traffic, a pesar de disfrutar de su obra maestra de la psicodelia, el alabado Mr Fantasy, y que no fue hasta mediados de los 90, empujado por las referencias a Traffic que la crítica hacia al describir los fantásticos discos de Paul Weller, Wild Wood y Stanley Road, cuando me animé a investigar estos otros sonidos del grupo, ya desprovistos del colorido psicodélico, pero que son realmente indispensables si te gusta la música británica de los 60.
Publicado el 13/04/2006 en Sensaciones Sonoras en La Coctelera
Y precisamente en esos momentos tiernos pero intensos y desgarrados, es quizás donde el disco me atrapa de una forma definitiva. Temas como Don’t Be Sad son pura belleza. Un tema a medio tiempo, que se abre con un acorde precioso de guitarra, casi folk, matizado por una arrastrada armónica que le da el toque blues y que en su momento álgido explota en un torbellino de pasión soul, donde el hammond de Steve Windwood parece volverse loco y arrogante. Cryin’ to be heard es otra maravilla desgarrada a medio tiempo, con un cierto sabor psicodélico gracias a un hammond abrasador y un precioso clavicordio que suaviza y atempera la melodía. Un tema que finaliza desmadrado, casi desesperado en un arrebato de energía sonora.
Pero quizás el momento más tierno y emotivo del disco corre a cargo de la preciosa No Time to Live de Windwood/Capaldi. Un tema que se desarrolla a través de los bellos acordes de un piano, acompañados de una bucólica flauta, a la que la profunda voz de Winwood y un tórrido hammond van incrementando la tensión emotiva de la canción. Una pura maravilla.
Pero, el disco también tiene otros momentos memorables, de intensidad cercana al soul, con remates jazzys, como la intensa Feelin’ Allright, que arranca poco a poco y que va cogiendo intensidad con un bajo pletórico, un piano muy soul, y un tórrido saxo que se desmadran apoteósicamente al final del tema, con unos excitantes coros soul. O temas más contenidos y de ritmo entrecortado y estructura jazzy como el sinuoso Who Knows What Tomorrow May Bring, donde Windwood demuestra lo que es capaz de hacer con su hammond, y la pasión e intensidad que puede inculcarnos con él.
Y para poner punto final al repaso de este gran disco de los 60, he querido dejar quizás la pieza más memorable del mismo, Forty Thousand Headmen. Un tema donde se pone claramente de manifiesto todo de lo que hemos hablado. Un tema donde la fusión del blues, con el folk y con el jazz se hace patente de una forma espectacular. Un tema, contenido, misterioso, dominado por una bucólica flauta que define una bella y nostálgica melodía acompañada de oscuros efectos y de una interpretación rotunda por parte de Winwood. Por otro lado, no podemos finalizar sin destacar la soberbia y pulida producción del mago de este sonido, el gran Jimmy Miller. Como coletilla final, confesaros que siempre tuve ciertos reparos con Traffic, a pesar de disfrutar de su obra maestra de la psicodelia, el alabado Mr Fantasy, y que no fue hasta mediados de los 90, empujado por las referencias a Traffic que la crítica hacia al describir los fantásticos discos de Paul Weller, Wild Wood y Stanley Road, cuando me animé a investigar estos otros sonidos del grupo, ya desprovistos del colorido psicodélico, pero que son realmente indispensables si te gusta la música británica de los 60.
Publicado el 13/04/2006 en Sensaciones Sonoras en La Coctelera
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